viernes, 25 de junio de 2010

Las premoniciones de Pepe Cervera



Una de las alegrías que acompañan al hecho feliz de que a uno lo "seleccionen" e incluyan en antologías de relato español contemporáneo (con la carga de promesa y realidad que esta circunstancia parece infundir en quienes ahí aparecemos) es ir conociendo y tratando a los diferentes compañeros de aventura literaria. Por una casualidad, el escritor valenciano Pepe Cervera y yo mismo (valenciano en otras vidas, pero ya sólo valenciano desteñido y lejano) figuramos juntos en dos recientes obras de 2010: en la nómina de 35 autores que Gemma Pellicer y Fernando Valls han elaborado para "Siglo XXI, los nuevos nombres del cuento español actual" (Menoscuarto ediciones) y en esa nave de los locos que el mismo Valls se ha dado el gusto de reunir en "Velas al viento" (Cuadernos del Vigía). De modo que, gracias a estos proyectos conjuntos y a las presentaciones públicas que llevan aparejadas, he tenido la suerte de conocer en persona a Pepe Cervera y de internarme unos días después en su obra más reciente: "Premonición" (publicada por Paréntesis editorial): 12 relatos de mucha altura, y un hondo epílogo que acaba resultando también un hermoso relato. Como en este blog no estoy sujeto a las constricciones de mi tarea de "reseñista" público (ese quitar, poner, contar y medir palabras para que quepan en la maqueta y compartan espacio con la publicidad) lo que viene a continuación no pretende ser otra cosa que mis "notas de lectura" de esta colección de relatos. Unas notas libres, como libre me pareció Pepe Cervera al conocerlo.
Desde la primera de las piezas, ese limpio y sobrio "Un feliz día de pesca en el Big Wood River", nos sentimos empujados por el gusto por contar, ambientar y detallar de Pepe Cervera, atrapados por su buen acercamiento de cámara a los personajes en los movimientos de sus vidas cotidianas. El relato acaba siendo tan certero y explosivo como la espectacular sacudida final que el autor nos reserva. En ese estado recibimos "Premonición", que da título al libro,  conmovedor gran cuento en el que el hijo, ya adulto, recuerda a un padre tan desastroso como heroico a sus ojos de crío de 15 años. Las preguntas de fondo que recorren el texto (y el conjunto del libro) aluden a cuestiones como si podemos controlar nuestro carácter y, consiguientemente, nuestro destino, o a si es posible realmente poner la desesperación personal bajo control. Emociona la figura del padre como un Moisés perdido conduciendo errante la furgoneta en la que lleva a su discutidora y crispada esposa y al impresionable e incondicional hijo tras abandonar la casa de la que acaban de ser deshauciados. Conmueve la fortaleza de ese hombre en horas bajas, su continua letanía justificativa: "Hago las cosas lo mejor que sé", la talla épica que Cervera le reserva, la reflexión sobre el esfuerzo, la casualidad, la suerte, la confianza, la memoria clara y obstinada, la imagen de la clarividencia paterna ("Como si el cristal delantero de aquella furgoneta fuera un lienzo sobre el que proyectar sus presentimientos"). A estas alturas de la lectura ya somos conscientes de la maestría de Cervera para dosificar y repartir la información a lo largo de sus historias. Un ejemplo que lo refuerza es el siguiente cuento, esa auténtica joya titulada "Tanto frío" en el que la duración de un vuelo Valencia-Prestwick (Escocia) basta para que conozcamos con exactitud la vida y relación de un matrimonio joven (ambos científicos recién casados en su viaje de bodas). Se diría que, en los saltos atrás y adelante que da Cervera, la Ciudad de las Artes y las Ciencias o el cauce remozado del viejo Turia cobran también aquí solidez de personajes. La dialéctica de esta relación sentimental, los acercamientos y alejamientos entre Sebastián y Laura, sus propias percepciones, están deliberadamente descritos en términos cientificistas de reacciones, estructuras, causas, atracciones y repulsiones. No podría ser de otro modo en un relato que aborda tan en serio la cuestión del cálculo y el riesgo en las decisiones que tomamos a diario. La mirada de estos científicos traduce de este modo la figura y los movimientos de un hombre que hace tai-chi en un parque: "A media luz parecía alguien buceando en un compuesto gelatinoso". Pero la buena observación es tanto exterior como psicológica: pues cuánto sabremos ya de los recién casados  cuando al final del trayecto desciendan en el helado aeropuerto escocés (como sabremos mucho tras el día de playa de un matrimonio de pre-jubilados en "Purpurina dorada"). Y qué acierto que el autor aparezca con sus palabras en el último compás al pie de la gélida pista, como un dios ex-machina que contiene las riendas para desmetir las suposiciones del lector. De tragedias cotidianas que parecen ahogarse en un vaso de agua pero que tanto cambian y significan, tratan otras dos grandes piezas: "Una partida de parchís corriente" y "Natillas". En el primero se detalla la amenaza sorda y progresiva que representa la llegada de un tercero a un matrimonio: el brillante y alegre Alfredo, que comparte aficiones deportivas con la esposa del sedentario protagonista y deja a este tan en fuera de juego como un punto de no retorno. En el segundo, "Natillas", el autor nos sitúa sin más ante la esposa que, de modo frenético, hace sus maletas mientras su pareja parece haberse vuelto un mero observador/registrador de sus movimientos. Una coreografía de los adioses hecha con palabras certeras. Todo parece poder cambiar en un instante para este matrimonio con dos hijos: "treinta segundos son insuficientes para que nadie prevea el futuro. Pero el futuro está, ahí mismo, a dos manzanas de distancia". A través de una galería de personajes compartidos, comunica esta historia con la anterior, la sutil "Two lovers", el recuerdo que asalta al narrador de una estampa suya, a los diez años, jugando y charlando con una niña alegre y traviesa en los columpios de un pueblo de Valencia. Un diálogo fugaz, lleno de encanto que arroja al escritor hacia el asunto de las trampas inesperadas de la memoria y la viveza con que algunas circunstancias de nuestra existencia reaparecen sin aviso previo. Caben en esta colección análisis de claustrofóbicas relaciones sentimentales, a veces con giros inesperados ("El huracán Camille" o "Una conversación", donde dos amantes discuten y dejan en evidencia quién gana y quién pierde en el dilema de enfrentar dos vidas tan posibles como imposibles). También parecen ir asociados, esta vez por su extrema dureza, por su tratamiento del horror, dos cuentos consecutivos: "La mirada del Basset" (retrato durísimo y deliberadamente repugnante de un pederasta cotidiano (buen padre de familia, clase media, etc.) y el terrible drama familiar de "Entre Onavas y Guaymas": también aquí en el seno de una familia "normal" aparece el terror y la tragedia extrema encarnada en el dolor de unos padres que se desvivieron por proteger a su hijo pero no consiguieron sostenerlo, ayudarlo, orientarlo o retenerlo cuando creció y decidió emprender un tortuoso y autodestructivo camino. La descorazonadora conversación telefónica del padre con el hijo, que llevaba desaparecido casi dos años, es una de las cumbres de este libro. "La vida, para mí, era una cosa más sencilla, mucho más sencilla que todo esto", lamentará el atribulado padre. En "U-Boot", un relato con aire de homenaje, reaparecerá la Escocia del cuento ya citado, en este caso para la heroica última fuga de un abuelo y un nieto: una vez más se reflexiona aquí sobre el papel de la voluntad y el destino personal, un motivo que recorre de arriba a abajo  todo el libro. Cervera traza en todos estos cuentos un mapa exhaustivo de la vida y las relaciones cotidianas, con personajes que parecen tan reales como el lector que de ellos se ocupa. No caben trampas ni trucos de taller, ni filigranas estetizantes. Son sólo relatos auténticos y puros, escritos por alguien que, más allá de corrientes, modas o escuelas, posee mundo propio, raíz y voz propias.
Clarificador, en este sentido, es el "Epílogo: una historia real", un texto acerca de las raíces y los orígenes, algo que Cervera lleva muy a gala por sentirse de verdad enraizado en la tierra en la que vive y vivieron sus antepasados. Se remonta a aquella Alhofra de la dominación árabe del siglo VIII, que devino el actual Alfafar del que Cervera procede, para homenajear a sus ancestros, especialmente a la generación de sus abuelos, e indagar acerca de las constantes reales que después han ido salpicando y conformando sus textos. Este impulso lo conduce a una hermosa reflexión y justificación de su instalación en el mundo, a los porqués de su tarea de leer y escribir. Me gustaría concluir dejando que él mismo lo explicara: "También, en mi opinión, leer es una necesidad que está ligada al organismo de idéntica manera a como lo está al espíritu. Cada uno de los libros que he leído ensambla con el anterior para conformar un vasto andamio de detalles minuciosos que integran mi naturaleza íntima. Cada una de las historias ha ido sedimentando en mi conciencia y en mi corazón, entreverando cada uno de mis sentimientos y confundiéndose con los recuerdos para adaptar a su antojo el territorio de mi existencia. Para bien o para mal, después de leer cualquier libro ya nunca he sido el mismo... Que mi vida sería totalmente distinta sin la literatura, como también lo sería sin las personas a las que aprecio y sin las que no aprecio tanto, y que soy incapaz de plantearme el mañana haciendo otra cosa que no sea escribir... Son los fantasmas que entreveran mi vida y mis relatos. No son sólo mis recuerdos, también son los recuerdos de los que me han precedido, algo que viniendo desde muy lejos me alcanza para convertirme en lo que soy, y al cabo será lo único que tenga y lo único que podré transmitir a los míos a través de las historias que escribo. He llegado a convencerme de que esa es una manera acertada de vivir, de tener esperanza en todo lo que ha de sucedernos, de creer en el futuro... No es preciso el más mínimo esfuerzo para identificar los vestigios de otros tiempos... Y es que, cuando alguien empieza a reflexionar sobre lo que es o lo que pretende ser, acaba intentando averiguar de dónde viene".

2 comentarios:

  1. Qué estupendo análisis hilvanaste, Ernesto. Sin duda, un rico anticipo de lo que promete convertirse -como siempre sucede con Cervera- en una lectura suculenta.
    Abrazos a ambos

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  2. Me alegra de verdad, Gemma, que te haya gustado el análisis. Creo que el libro lo merece. Tú también estabas aquel día que conocí a Cervera. Estuvo bien pasar un rato con tantos sigloveintiunos. Como dicen los alemanes (y tú ya eres medio berlinesa): "Wir machten eine schöne Gruppe".

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