La Materia Oscura de ÁNGEL ZAPATA

Habrá quien dude en calificar o
clasificar como “relatos” los textos que componen “Materia oscura”, de Ángel
Zapata, esta colección de textos que pivotan sin descanso entre lo sapiencial y
lo poético, en los que cabe que el mundo pueda haber sido creado defectuosa y
maliciosamente por una liebre mientras
el narrador es, como dicen, testigo de excepción. Perplejidad: el decurso de
las cosas sólo puede producirnos perplejidad. El humor de Zapata, su talento
verbal e imaginario, y la mirada limpia del niño crecido, se cuelan una y otra
vez en estas piezas, o más bien: nacen de esos fértiles elementos. Perplejidad,
asombro y también dolor: porque aquí confluyen elementos –digamos- “surrealistas”,
pero hay también un referente sólido, identificable, y más que real: el mundo,
un mundo injusto e imperfecto, que podría y debería ser mucho mejor. Seguimos
cada día con nuestra “vida normal”, como ese personaje- huevo frito, apellidado
Prendergast. Pero esa vida, si de verdad estuviese hecha a escala humana, a
justa escala humana, tendría calor y vuelo y abrazos de corazón y mucho más
color. Estamos dañados, clasificados, amordazados, vigilados, y debemos, por
eso, desconfiar de lo cerrado y lo perfecto, de ahí que el relatista-poeta (ante
un mundo que deja de ser fiable o confiable) nos invite a que “no confiemos en
nada, nunca, en nada, salvo en lo lacio y en lo malherido”. Un gran, limpio, arma
del que dispone Zapata: la hiperpercepción que uno puede mantener viva en la
edad adulta: uno puede haber pasado los cincuenta y mirar todavía como los
niños y las criaturas de Rilke: “Con todos los ojos ve la criatura lo abierto…”.
Aun sabiendo por el poeta checo-alemán que los ángeles y la belleza pueden, y
suelen ser terribles. Se agradece también que las parábolas de “Materia oscura”
no tengan ni pretendan tener moraleja o solución única. El filósofo Zapata vive
sabiendo, como Aristóteles, que “el ser se dice de muchas maneras”. Ocurre tal
vez que a uno lo visitan tijeras, piedras pómez o tribus de jíbaros, así, en tu
domicilio, una tarde de sábado. Incluso una botella de sifón puede insistir en
que sois primos y documentar el parentesco. El autor nos asegura que estas
cosas pasan, lo malo no es que los objetos convivan con nosotros o se nos
aparezcan o nos traigan de cabeza, lo malo son quienes enturbian y oscurecen,
quienes “quieren a la tormenta arrodillada” con esa “forma innoble de no querer”.
Lo malo de verdad es que “si queda un sueño está manoseado”. Hoy hasta la estrella de Belén puede acabar en
Stuttgart “en viaje de negocios”. Heidegger abogaba por “pensar de otra manera”
y si le pedían concreción hablaba de un pensar que se pareciese a la poesía o la
contuviera. Zapata nos cuenta que “si un día se tratara de pensar no haríamos
nada”. Y se acerca tanto a la forma del poema que nos dejamos arrastrar por
puros versos: “Ata la noche a la noche…” Nos vamos internando en su selva/propuesta
entre asociaciones de ideas, imágenes poderosas y textos de una gran y extraña
belleza: raras funciones de teatro donde el espectáculo continúa una vez se ha
limpiado la sala y se ha echado el cierre. Las catástrofes no están por llegar,
sino que ya ocurrieron y conviven en nosotros. No somos fuertes, ni superhéroes,
Zapata reniega de las “poleas de la voluntad”, uno es frágil y sólo puede
hablar “de lo que en mí ha desistido”. Si cambiásemos el verbo deambular por el verbo escribir, tal vez podamos intuir por qué
Ángel Zapata tiene su propia voz y su propio, hermoso, camino: “DEAMBULA igual
que cualquiera, no es esto lo que le diferencia de los demás, no podría serlo.
Lo que sin intención por su parte le hace distinto son las bifurcaciones de su
errancia, y el territorio latente, fugacísimo, que abren sus trayectorias”.