El pasado viernes, en la tarde/noche, estuve en la Librería Rafael Alberti celebrando su 40º cumpleaños. Veía el gran local repleto de gente, de tantos buenos amigos y conocidos (“buenas almas” –dijo el editor Manuel Borrás-), escuchaba los breves y hermosos discursos que se pronunciaron, y pensaba cuánto me alegra ser también una pequeña parte de esa gran comunidad que se ha ido formando en torno a Lola Larumbe Doral, Santi, Miguel, Iñaki, Laura… En esto años yo he sido afortunado de visitar la librería desde diferentes ángulos: como escritor que presenta sus libros o los de otros colegas literarios, como público que asiste al calendario de actos, o como simple lector-comprador de libros. Hablaría de “casa” y “calidez”, pero sería casi redundante. Pienso que, del mismo modo que los niños urbanos de hoy en día son afortunados si aún “tienen pueblo” al que acudir en vacaciones, los lectores y escritores lo somos por disponer, en estos tiempos oscuros de medidas anticulturales, de un lugar y una raíz firme como esta librería, que, lejos de detenerse, resiste y crece.
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