martes, 23 de julio de 2013

Ich bin noch da/ Aún sigo ahí

Puede que te alegres si me quedo atrás, o si desaparezco, o si me parte un rayo, o si me empujas a ese bosque oscuro de difícil salida que tú tienes poder para imponerme como si cerraras una pesada puerta, hasta que me vuelva irreconocible y nadie vuelva a saber de mí. En cierto sentido, dada mi falta de fe, eres lo más parecido a un Dios (arbitrario e inescrutable) que he visto sobre la Tierra. Se te olvida sólo que me eduqué en la repetición y la posibilidad mientras leía a Kierkegaard en una ya lejana Facultad de Filosofía allá por los noventa. Se te olvidan también mis mil carreras de mediofondo a ritmos para ti imposibles, y los dos mil kilómetros que he corrido cada año desde mis dieciséis, a través de páramos bastante kierkegaardianos donde basta el frescor de un prado o que despegue un pájaro para que el día haya merecido la pena. Se te olvidan millones y millones de frases y frases leídas por las que he pasado y que me dejaron profunda huella, como aquella de Bolaño en 2666: "“él... ya había iniciado un viaje, un viaje que no era alrededor del sepulcro de un valiente sino alrededor de una resignación, una experiencia en cierto sentido nueva, pues esta resignación no era lo que comúnmente se llama resignación, ni siquiera paciencia o conformidad, sino más bien un estado de mansedumbre, una humildad exquisita e incomprensible que lo hacía llorar sin que viniera a cuento y en donde su propia imagen, lo que Morini percibía de Morini, se iba diluyendo de forma gradual e incontenible, como un río que deja de ser río o como un árbol que se quema en el horizonte sin saber que se está quemando”.

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