El escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia
Una de las satisfacciones reales que tiene esta labor de crítico a la que me dedico, es que, de cuando en cuando, tiene uno la posibilidad de reivindicar la valía de textos de autores que hace tiempo nos dejaron, a veces de modo dolorosamente prematuro, dramático, con el silencio de un corte brusco, o con el corte brusco tras el que sólo cabe y queda silencio. Me ocurrió con Ingeborg Bachmann y Sebald (la primera, víctima de un incendio en su apartamento de Roma, el segundo, de un choque de automóvil en una carretera inglesa). También tuve esa experiencia con Haroldo Conti (secuestrado y desaparecido por los esbirros de la dictadura argentina). La pasada semana publiqué en El Cultural de "El Mundo" una reseña del autor mexicano Jorge Ibargüengoitia, que a sus 55 años era pasajero de aquel avión de Avianca que se estrelló en 1983 en su equivocada maniobra de aproximación al aeropuerto de Barajas. Este es el enlace de mi reseña (http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/24873/Revolucion_en_el_jardin ), pero en quinientas y pico palabras nunca cabe todo. La libertad de este blog, me permite ahora citar al azar algunas ocurrencias, a menudo irónicas, de su "Revolución en el jardín", compartirlas con quien por aquí se asome:
- (De un viaje a Cuba en 1964): "Cerca de la administración (del Hotel Habana Libre) había muchos intelectuales latinoamericanos discutiendo el porvenir de la humanidad, tratando de decidir a qué cabaret iban, o esperando a una señora que había ido al baño".
- (De ese mismo viaje): "Subimos al coche, que era tan largo que nunca llegué a la punta para averiguar la marca" o "Era (el viceministro) un hombre dinámico y de gran valor. Lástima que haya perdido dos horas conmigo" o "Algunas mujeres se vestían de miliciano, con camisa azul y pantalones verde olivo, con un zipper (cremallera) larguísimo en la parte de atrás. Este zipper provoca en el extranjero el deseo de bajarlo a traición, deseo que se resiste solamente al ver la pistola que generalmente lleva en el cinto la dueña de los pantalones" .
- "Tomaría precauciones para distinguir la palabra `intelectual´de la palabra `inteligente´".
- "Todo autor sabe que tiene sus enemigos. Yo me los imagino con la cara borrada y manos amarillentas que les tiemblan cuando leen mi columna".
- ¿Seré escritor de tercera o genio que está perdiendo el tiempo? Dentro de mí puedo decir: soy el escritor que estaba destinado a ser, ni mejor, ni peor".
- (Analizando "El ultimo tango en París"): "... sino que (los personajes de Brando y Maria Schneider) salen del apartamento y se meten en sus respectivas vidas, que, dicho sea de paso, resultan mucho más sórdidas que la pornografía".
- "Unos amigos míos de la infancia, de familia muy devota, tenían como argumento para demostrar la existencia de Dios el siguiente: Sé sincero -le decían al presunto ateo-. ¿Verdad que cuando llega la Navidad te sientes invadido por un calorcillo interior que te llena de felicidad completamente inexplicable? Es que es sobrenatural, Dios la ha puesto en tu corazón".
- "Me quedé pensando: el pintor, lo mismo que el escritor, no sabe lo que hizo hasta que es demasiado tarde".
- "`Al que madruga, Dios le ayuda´, que es una afirmación que carece de fundamento histórico".
- (Comparando otras profesiones con la de escritor): "Un ingeniero se pone Ing. antes del nombre, y cuando su mujer llega a la casa, le pregunta a la criada: -¿Ya llegó el Ingeniero? Ninguna esposa de escritor le ha preguntado nunca a ninguna criada si ya llegó el Escritor. Entre otras cosas, porque lo más probable es que no tenga criada. Y porque sabe que su marido no ha salido: está en su cuarto, frente a la máquina, devanándose los sesos".
- "El turista, cuando viaja, cree que está volviéndose internacional. El que lo recibe, en cambio, con sólo verlo se vuelve nacionalista".
¡Qué grande que nos hagas estos descubrimientos! Y todavía te preguntabas para qué hacer un blog...
ResponderEliminarDe todas estas reflexiones que apuntas, me quedo, por mi vocación de viajera, con la última. Un día tuve una charla con un compañero del trabajo (y el otro día volví a repetirla con un@s amig@s de Buenos Aires que están de visita en casa): qué diferente es viajar y hacer turismo (el turismo entendido como el concepto de masas que habitualmente nos venden en agencias de viaje, etc...) Ojalá todo el mundo fuese consciente de que, al hacer turismo, deberíamos pretender siempre VIAJAR, involucrarnos en la vida del otro, de es@s a quienes miramos con ojos de curiosidad (a veces con cruel curiosidad, como si fuesen monos de feria), conocer sus costumbres, sus razones para comportarse de ésta u otra manera. Quizá sólo de esa forma pasaríamos a formar parte del pasaporte "ciudadan@s del mundo" y quizá sólo de esa forma quienes reciben la visita dejarían de odiar a quienes invadimos con cámaras de fotos y ningún abrazo.
Jajaja, perdón por usar tu espacio para esta apología del anti-turista. Fue lo que me provocó... Un beso enorme y, como siempre, de color naranja
Muchas gracias, Amelie. Me alegra de verdad que esta entrada te haya gustado y dado que pensar. Un abrazo.
ResponderEliminarMuy agudo e irónico, me encanta la reflexión acerca del intelectual, de su papel y, sobre todo, de lo difícil que resulta explicarlo en una sociedad en la que trabajar es, a menudo,realizar la "comedia del trabajo" (cito a Bernhard).
ResponderEliminarGracias, María. Había otras muchas reflexiones en esa misma línea, pero eran demasiado extensas para colgarlas aquí. Creo que la de Ibargüengoitia fue una gran pérdida en un sociedad civil cada vez más domesticada. Es aterrador por ejemplo pensar que la "reforma Bolonia" de la universidad futura vaya a pasar por encima de todas las Humanidades (precisamente la base de la universidad)y esté programada para hacer de todos los jóvenes potenciales empresarios (bastante analfabetos por cierto). Eso sí, se les garantiza pleno desplazamiento por Europa, qué buen cebo. Convendría viajar teniendo algo en la cabeza (aparte de gorra) ¿Algo tan serio, no debería estar en manos de pedagogos y no de políticos y empresarios? ¿Y quién se queja? "Quién si yo gritara me oiría en los órdenes angélicos", decía Rilke ¿Quíén? Rilke. Pues no me suena, I´m a Bolonia-kid!
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