¿Qué pensaríamos de un médico que, tras analizarnos a fondo, se limitara a constatar o certificar que padecemos una enfermedad y que ese es, en efecto, nuestro estado actual, nuestro "estado de cosas", sin tomar a continuación una decisión o mostrarse resuelto para remediar el mal o combatirlo? Una sensación parecida he tenido el otro día, 21 de enero de 2010, al leer en El País el artículo de Vicente Verdú "Melancolía del fin". Verdú no requiere presentación, es un periodista de prestigio y, desde hace muchos años, uno de los creadores de opinión más populares de nuestro país. No seré yo quien le reste méritos a su larga y esforzada carrera, aunque, como es natural, tengo una opinión acerca de él: creo que pertenece a esa estirpe, verdaderamente extendida en España, de los que están al tanto de lo que se cuece, de los buenos rastreadores de ideas ajenas, columnistas y ensayistas familiarizados con lo que se piensa en otros sitios (casi siempre EEUU) y que saben cómo agitar antes de usar/divulgar las investigaciones y reflexiones de quienes sí han pensado, fundamentado, y arriesgado por cuenta propia: Zygmunt Bauman, Martha Nussbaum, Hannah Arendt o las nutridas legiones de la psicología o la sociología norteamericana... Pero mi crítica al artículo "Melancolía del fin", de Verdú, no tiene que ver esta vez con el hecho de que divulgue ideas de otros (algo por otro lado muy lícito siempre que uno se moleste al menos en citar), sino con la peligrosidad de las afirmaciones que contiene: tras constatar Verdú que nos encontramos en un momento en el que los menores de 30 años no tienen interés por la lectura ni por la pintura, la música clásica, el buen cine, etc. Y decir que, lo que hasta ahora considerabamos cultura buena y valiosa, se ha vuelto sólo "un grande y pesado fardo de otros siglos", Verdú se pregunta si este fenómeno supone, después de todo, un empobrecimiento real o algo que deba lamentarse como la comida basura. Su diagnóstico es el siguiente: más nos vale comprender este nuevo paradigma, no debemos empeñarnos en combatirlo, pues no es otra cosa que el signo irreversible de los tiempos. El omniscomprensivo Verdú añade: "¿cómo no tener en cuenta que la cultura es la cultura de cada época, cambia con ella, y de ningún modo existe modelo absoluto que traspase los siglos?". El artículo es largo, pero resumiré aquí algunas de sus perlas y conclusiones: cree que no hay por qué empeñarse aún en valores como la lentitud, la reflexión. la concentración, la linealidad, la laboriosidad. Debemos aceptar y dar la bienvenida a lo veloz, emocional, complejo e interactivo. Ni nosotros, ni los maestros -carcundias del viejo paradigma-, debemos (en opinión de Verdú) levantar la voz o empeñaros de modo obstinado en que las nuevas generaciones se esfuercen aún en la lectura de Cervantes o Kafka, o aprecien la música de cámara y la pintura de Manet. Eso constituiría sólo -dice- una "marcha atrás" que los volvería "retrasados", una pretensión propia de "zombis" como nosotros, que nos aferramos a nuestra "amada descomposición", porque consideramos a los jóvenes "ignorantes" y no valoramos como es debido fenómenos como el rap, la cultura de la red y los grafitis. Bueno hasta aquí las líneas maestras de su artículo. Ahora me limitaré a enumerar o recordar algunas cuestiones con las que quiero expresar mi discrepancia: 1) Pienso que lo que los hombres, a través de los siglos, hemos acuñado y considerado como valioso, lo seguirá siendo siempre, más allá de las modas y tendencias. Por decirlo así, a Bach o a Schubert no hay quien se los salte, entre otras cosas porque no son una rémora del pasado sino un asunto aún del futuro, como lo son los verdaderos clásicos. 2) Siempre ha habido quienes leían y quienes no. En España hay más lectores de los que nunca hubo. Basta echar un vistazo a los viajeros de autobús y metro para constatarlo. Mi hijo de nueve años y sus compañeros de colegio, con los que se intercambia a menudo libros, han leído mucho más de lo que yo (y tal vez Verdú) leímos en toda la infancia y adolescencia. Por otro lado, Verdú no debería inferir que a ningún joven le gusta la pintura sólo a partir del hecho de que él no se encontrara con ninguno el día que guardaba cola en la exposición impresionista de la Fundación Mapfre. Debería informarse acerca del éxito de asistencia infantil que tienen los múltiples talleres de arte (fundación ICO etc).3) En la nueva "complejidad" veloz e interactiva a la que Verdú alude, caben, por supuesto, el rap, el grafiti y la cultura red (yo mismo me estoy comunicando ahora desde un blog), pero también una buena función de Shakespeare representada por el Bridge Project y una reposada tarde de lectura dedicada, por ejemplo, a Luis Landero o al mejor Ian McEwan. 4) La inteligencia humana es lingüística y también en este nuevo paradigma serán mejores aquellos que a través de la lectura hayan adquirido mejores niveles de vocabulario, comprensión, establecimiento de relaciones etc. Por no mencionar que la lectura seguirá abriendo nuestras mentes, llevándonos a otros mundos y constituyendo una fuente de placer. 5) Que desde Grecia sabemos que el hombre es un ser dotado de logos (lenguaje y razón) y que eso es precisamente lo que nos define y diferencia. Decir como Verdú que en estos nuevos tiempos no cabe la reflexión y el discurso estructurado linealmente es no saber en qué consiste el ser humano y su modo de estar en el mundo. 6) Constatar que los tiempos cambian no es suficiente para entregarse a ellos y volverse un mero testigo o legitimador del status quo. Todas las utopías y progresos del ser humano han sido posibles gracias a un cuestionamiento de lo establecido. 7) Decirle a los maestros y adultos que no deben empeñarse en transmitir a los jóvenes lo que siempre se ha tenido por lo más excelente y digno del ser humano, eso sí parece una verdadera "marcha atrás" y una "descomposición". 8) Horkheimer, el filósofo de la Escuela de Frankfurt, reconocía al final de su "Crítica de la razón instrumental" que a veces los pensadores pueden no disponer de la receta para mejorar el estado de cosas que acaban de analizar a conciencia, pero consideraba que al menos la denuncia y el señalamiento con el dedo hacia los errores y caminos por donde no se debe transitar (totalitarismo, nazismo, razón instrumental...) es una obligación de cualquier sociólogo. Verdú prefiere, en cambio, quedarse arrebujado en su "melancolía del fin", un fin que, con sus palabras, contribuye a dar por bueno.
Los saltos generacionales siempre han producido discursos de la queja y el lamento por lo perdido, que siempre parece mejor que lo que vendrá.
ResponderEliminarEs fácil clasificar a los jóvenes como volátiles (aunque la "modernidad líquida" no los abarca sólo a ellos) y poco interesados en la "auténtica cultura". Lo cierto es que puedo recordar varios conciertos en los que las piezas de Stockhausen, de Nono o de Carter, por poner algunos ejemplos, han provocado risas nerviosas o han conseguido que, directamente, algunas personas mayores se levantasen de sus asientos y saliesen de la sala. ¿Clasificaría yo por eso a todos ellos como reaccionarios?
Un abrazo
Querido Eduardo,
ResponderEliminarcreo que tienes razón en parte la mayoría de lo que expones, aunque, considero que Verdú no es tan radical como tú das a entender.
Evidentemente, la cultura cambia, porque es parte de la vida, y la vida es cambio…. Que hay cosas que cambian a mejor y otras a peor.. .pues sí. Es cierto que las costumbres de los jóvenes de hoy son muy distintas a los de otras épocas, por ejemplo, a la de tu adolescencia. Y en eso sí que estoy de acuerdo con Verdú: es algo inevitable.
Comparto tu opinión en que hay que transmitir a los jóvenes los valores importantes puesto que cada época debería cimentarse en lo mejor de épocas anteriores, y desarrollarse sobre esa base. Eso sería lo ideal. Así, no veo que sea incompatible, leer un buen libro, chatear en internet, ver una exposición de pintura impresionista, jugar con la Nintendo,… o sí? No lo sé, la verdad. Yo hago todas esas cosas, pero no soy una adolescente, por tanto no cuenta…
Desde luego, siempre ha habido de todo: chicos que estudian y que no, que salen más o menos, que leen o no leen,…. pero es evidente que hoy en día lo más habitual en los jóvenes es salir de copas –bueno, o a esa edad de botellón- con los amigos, comunicarse por sms, chatear por internet, tener diversos rollos en vez de salir con un/a chico/a en concreto, …Confío en que todo eso no sea incompatible con leer, estudiar, admirar a los clásicos.....o sí lo será?
Besos,
Hanna
Creo que es la primera vez que voy a abrir un libro cuando descubro que su autor tiene un blog.
ResponderEliminarPerdón por el lapsus, ERNESTO. Soy un desastre...
ResponderEliminarLa criba de la Historia ayudará a que muchas de las cosas que nuestros adolescentes consideran "insuperables" dejen de serlo y las "aburridas" les apasionen...eso sigue siendo así.
ResponderEliminarGracias por tu comentario Ernesto, me ha parecido muy interesante.
Besos y hasta el próximo concierto, que nosotros aún disfrutamos...