Decía el ingenioso Lichtenberg, en uno de sus aforismos, que "Todo prólogo debería llamarse pararrayos". ¿Por qué un libro debería acompañarse de un prólogo? A menudo encontramos obras que "se defienden solas" y en las que muy bien el editor podría habernos ahorrado la petulancia difusa de su prologuista, ese volcado filológico masivo en el que un catedrático -aprovechando la ocasión que se le brinda- se deja la vida y tal vez, de paso, ajusta cuentas con su bestia negra: un colega de departamento que le birló una plaza, una vieja idea pretendidamente exclusiva o una (joven) novia/esposa. De la misma manera que hay en el mundo una sobreabundancia inasimilable de abogados y máster en empresariales en universidad privada con cuchillo entre los dientes (no cabe duda: ellos gobernarán el mundo, pues tienen, como decía Agustín García Calvo en su poema, "el rostro del que sabe" ), podría decirse que tanto prólogo-y tan malo- nos ha hecho perder la fe en los estudios introductorios. No es, desde luego, el caso de Patricio Pron y su iluminador prólogo al segundo volumen de las Obras completas del argentino Copi (pseudónimo de Raúl Damonte, 1939-1987). Una docena de ágiles páginas le bastan a Patricio Pron, en esta edición de Anagrama, para extender ante nuestros ojos el campo de juego literario del autor de El baile de las locas y esclarecer, de paso, una de las corrientes en la que se apoyan Lemebel o un autor tan interesante como César Aira y su fecunda liberación del "mandato de la seriedad". Cierto que Aira o el propio Pron han ido mucho más allá de los divertimentos literarios y algo monotemáticos (sexo, violencia criminal y escritura) de Copi, en cuanto a complejidad o por la profundidad y alcance de los asuntos que abordan.
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